Mysha Glenny parece parafrasear aquella letra de Búnbury cuando se refiere a la comunidad hacker, o a una parte de ella: no son mala hierba, solo hierba en mal lugar. Este periodista y escritor británico se refería hace unos días a la reinserción del hacker, a la necesidad de este sujeto, pues su golpe semeja una habilidad desarrollada para prevenir, como el sparring que le dice al boxeador: recibiendo se aprende a encajar y, de ese conocimiento, surge el movimiento definitivo, la elisión del golpe (que en este caso es una seguridad más sólida, o mejor controlada). Sin hackers no habría seguridad, declara y rotula el periódico en su entrevista. No deja de tener cierto sentido, pero resulta paradójico: sin ejércitos no habría paz.
Sobre la reinserción del hacktivismo, es llamativa -sin entrar en servicios de inteligencia (¡son ya estas empresas parte de ellos?)-, esa disputa entre absorción y exilio. Antes se habló de Facebook como de cierta forma de hacktivismo distorsionado o pasivo. Jeffrey Rosen y Mysha Glenny, cada uno por su lado, coinciden en que grandes empresas de telecomunicación como Facebook o Google disponen de mayor poder sobre la privacidad de las personas que los propios estados.
Valga como orientativo el modus operandi que practican, o al menos venían practicando, “los coches de Google”, aquellos que se dedican al registro visual de las ciudades para construir el callejero virtual y gratuito de Street View. Además de las grabaciones de personas particulares a través de las videocámaras, y la consecuente difusión de esas imágenes sin permiso de los afectados, por las que la empresa ha sufrido demandas, también se recolectaban datos de las redes privadas inalámbricas (wifi) que encontraban en su camino. Parece ser que la empresa ha abandonado esas políticas, pero la sombra (y la opacidad) de la tecnología es alargada. El negocio de la información (su oscuridad cuántica en la tecnología) es el Negocio por antonomasia. La veta, el filón, la fiebre del oro. El Dorado era un champú; el pecado, una página web. En Comala comprendí…
La compañía obtiene beneficios no a través de la venta del objeto principal, sino indirectamente, secretamente, a través del mundo de la información. El principal ingreso que la empresa obtiene no se lo procura la venta de un artículo sino la huella personal que ha dejado el consumidor al tomar la mercancía en sus manos, tal como se produce constantemente en las compras de Internet. Un servidor de la red, a través de las visitas y consultas de los usuarios, se halla en condiciones de elaborar listados con perfiles detallados de sus clientes. El servicio se ofrece aparentemente gratis puesto que nuestra aportación no será el dinero sino la información sobre nosotros mismos. Con ello, el mercado inaugura la permuta de mercancías por partículas de privacidad, objetos por sujetos.
Los periódicos hace mucho tiempo que dejaron de fijar su precio de acuerdo con el coste del papel, la impresión, la distribución y las nóminas, pero ahora, además como muestran los gratuitos y el marketing viral, su negocio consiste no en sus contenidos periodísticos sino en vender sus lectores a los anunciantes.
Vicente Verdú, El capitalismo funeral…, Anagrama, Barcelona, 2009, p. 117.