Mientras se calibran algoritmos holmesianos que delaten a los ebrios pero sin confundirlos con los simplemente enfebrecidos -aunque con este espíritu de privatización de lo social que sobrevuélanos será tan gravoso lo uno como lo otro-; y en lo que van empollándose nuevos libros gordos de Petete –magros y digitales ahora, según espíritu del tiempo y diseño tecnológico– como el tal Inquire, discípulo aventajado de la Biología de Campbell, tataranieto acaso de la Enciclopedia Encarta, nuevas formas de aprendizaje al cabo, no ha mucho tiempo que otro volumen anda por ahí, más arcaico en sus formas e interacciones quizás, pero de gran enjundia en su esencia. Esencia que trata de dar relieve a esa abstracción infinita que llamamos Internet. [Para su edición en España habrá que esperar a principios de 2013, cuando la editorial Ariel tiene pensado sacarlo al mercado.]
Que la insignificancia de una ardilla fuera capaz de truncar la omnímoda y afamada infraestructura de La Red es la anécdota que espoleó a Andrew Blum, periodista tecnológico, a escribir Tubes: A journey to the center of the internet, un libro donde se trata de ofrecer información sobre todo ese “cableado” o “intubado” que organiza y ensambla las comunicaciones telemáticas.
Dice la tercera ley de Clarke que tecnología lo suficientemente desarrollada es indistinguible de la magia. Blum apela a nuestra responsabilidad, como usuarios, de tratar de conocer la trama o el funcionamiento de esa ingeniería internaútica porque, de lo contrario, ignorar o renunciar a ese conocimiento sería ceder el control. El control que un niño cede cuando simplemente admira asombrado la ilusión. El control histórico que cualquier ídolo trata de fomentar en los creyentes. ||| Fuente.