Tecnocracia es la forma de gobierno cuyos dirigentes son los tecnócratas. Tecnócrata viene definido en el DRAE como técnico o persona especializada en alguna materia de economía, administración, etc., que ejerce su cargo público con tendencia a hallar soluciones eficaces por encima de otras consideraciones ideológicas o políticas.
La eficacia a ultranza es una forma de totalitarismo; pero, después de todo, no creo que se reniegue de la política. Me explico: la decisión del uso eficiente de la tecnología/energía [pienso en algunas cosas que dice Jaques Fresco] es una manera de pensar y entender el mundo, un conjunto de ideas pensando sociedades, una actitud política −tanto es así que forma parte del programa de algunos partidos). Como política es, del mismo modo, esa otra actitud que niega u obstruye esa posibilidad desde un pensamiento que fomenta la usura (también tecnológica): el racionamiento a ultranza desde la sobreabundancia hacia la escasez; el desbordante, por atomizado, materialismo rentista contemporáneo.
La eficiencia tecnológica y su consecuente abastecimiento energético, como cualquier otra empresa humanística (y la política debería pensarse a la cabeza de esta épica), debe ampararse en cubrir las necesidades humanas y no ser una virtualización del progreso, la producción por la producción. El personaje de una novela lo decía así: Todo el mundo está obsesionado con el crecimiento, pero bien mirado, en un organismo maduro todo crecimiento se corresponde en esencia con un tumor.
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No se trata de abolir la política, sino de hacerla contemporáneamente útil, socializando el conocimiento científico y tecnológico. Actualizarla en las posibilidades del siglo [la tributación de las máquinas, ¿y por qué no?] pretendiendo expertos dentro y al frente de las distintas encomiendas, como resulta normal en cualquier otra actividad. Expertos, no obstante, que albergan al fin y al cabo diferentes actitudes ideológicas y elegidos popularmente, no incrustados por la omnímoda (y aparente) eficiencia. Aparente, porque eficiencia en política debe significar humanidad.
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Sobre la tecnocracia económica de Draghi, Monti y otros…; en fin, es la coleta torera del merchandising capitalista, el último capote, forma parte de su táctica y estrategia, como la dirección militar de un país al de ser ocupado y hasta haber formada a sus tropas. Es esa una tecnocracia que, a la postre, se ha visto devaluada [y no sólo en lo que a necesidades sociales se refiere], por mucha especialidad y aval curricular de los potentados [resultó profético que en la definición del DRAE solo se explicitaran especialistas en “economía” y “administración”].
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Pero, con todo, la verdadera incongruencia asoma en la división estanca entre tecnocracia y política, como si una anulara a la otra, cuando lo natural, piensa uno, sería que se complementaran y cooperaran entre sí. Tecnocracia, aplíquese el bautismo que se quiera, en mi diccionario de bolsillo no significaría más que la profesionalidad de los dirigentes públicos, entendida como la vinculación del conocimiento de estos con las competencias para las que han sido elegidos [no designados por el partido]. Cosa que lleva a pensar que, con o sin tecnología, técnico o no, la decisión, la actitud siempre resulta política, porque todo político debería ser “profesional” de algo, cuando menos de la propia política. Pero las canonjías de esa profesionalización han constituido una casta, convirtiendo religiosamente el espacio dialéctico de la política en un compuesto estable decantado hacia la producción. Producción que produce el dinero que siempre se decide producir. El trabalenguas de la hipnosis.
La gente despotrica en los calles sobre la profesionalización política, y uno está de acuerdo cuando hablan de tanto listo sin e-ge-be que administra un erario público de dos millones de euros. No obstante, no deja de oírse eso de que la política es algo demasiado serio para dejársela a los políticos.
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Siempre pone la mosca detrás de la oreja esa aparente multidisciplinariedad de tantos políticos que tan pronto resultan Ministros de Fomento, como de Sanidad, como Vicepresidentes Económicos. Bajando escalafones sucede lo mismo, o más; basta mirar las concejalías. La versatilidad de esos jugadores hace pensar, o bien en hombres del Renacimiento, o en porteros que suben a rematar el córner.