Hace unos días leía una larga conversación entre cinco escritores (también alguno de ellos editor); son escritores jóvenes, todos ellos nacidos en la década de los 70. Hablaban sobre la literatura y sus aledaños. En un momento de la conversación abordaban el problema de la piratería y la descarga ilegal de contenido “cultural”.
Lo que parece desprenderse de sus opiniones, unas más directas que otras, es que eso de “cultura gratis” es un engañabobos que ofrece una visión distorsionada (interesada) de los derechos de propiedad intelectual, y de todo ese entramado industrial al que se denomina Cultura. A este efecto, rescato las palabras de uno de los integrantes de la conversación, el escritor Mario Cuenca Sandoval, que focaliza –con buena puntería, a mi en entender– parte del problema sobre la evidente explotación de derechos de propiedad intelectual de las operadoras de Internet.
Ahí lo dejamos para que cada uno de vosotros pueda aportar algo al debate, o simplemente os asoméis a ver el problema desde otra perspectiva, reivindicando la implicación honesta de cuantos participan en el ciberespacio, empezando por aquellos que facilitan la conexión y, por ende, obtienen importantes beneficios de esos flujos. No obstante, no parece este un problema que se resuelva con cuatro ideas. Yo mismo he obviado “el permiso del editor” y traído libremente este “cacho de revista” aquí sin pagar nada. No considero, aunque puedo muy bien equivocarme, que la simple glosa de este extracto pueda cumplir como delito. No obstante, espero que pueda moveros a pensar. La conversación completa resulta del monográfico de la revista Quimera, nº 347, octubre:
Mario Cuenca Sandoval: «Pero es que no es gratis. Los usuarios están entrando en páginas que obtienen beneficios en concepto de publicidad con contenidos cuyos derechos no les pertenecen, y, además, pagan una conexión a Internet a empresas de telecomunicaciones que venden conexiones de banda ancha para –sobre todo– descargar esos contenidos culturales, con lo cual también construyen su negocio sobre derechos ajenos. No es verdad que sea cultura gratis; hay mucho dinero de por medio, pero se lo reparten quienes no poseen la titularidad de esos derechos. Además, esas páginas han creado la ideología legitimadora, el discurso que los justifica, y la han extendido. Y tan extraña es la reacción de la izquierda como la de la derecha, que se supone que, por definición, defiende los derechos individuales como algo sagrado, incluido el derecho a la propiedad intelectual. Además, se pone en juego un discurso populista que presenta a los creadores como multimillonarios que no dan ni golpe, desconociendo las cifras reales que manejamos en el mundo de la edición; en esto, hay pocos ricos y muchos obreros de las letras».