En los 80, la “transparencia” de la tecnología permitía al usuario medio fuchicar en ésta, enredar con sus componentes, trastear en sus intestinos como un veterinario en prácticas, haciendo y deshaciendo, experimentando y estimulando la curiosidad informática. Hoy por hoy, la sofisticada opacidad lustrosa de la tecnología obstaculiza esa ingeniería espontánea, reducida casi a especialistas, más propia de entomólogos que de veterinarios. Queriendo contrarrestar esta tendencia surge Raspberry Pi, una placa de desarrollo comercializada a bajo precio que pretende poner al alcance de cualquiera las posibilidades de experimentación que este curioso “Lego para geeks” [o gadget para legos] alberga. Por menos de 30 euros, y sin que sea necesario tener mucha idea, podemos jugar a McGyver 2.0.
Y es que parece ser que cada vez hay menos personas interesadas en estudiar Informática. Leo que en España la matriculación en esta carrera ha bajado un 40% desde 2003, y parece que la tendencia en Estados Unidos y en Europa es algo similar. No deja de ser sorprendente una situación así en un momento en que la “ingeniería informática” copa nuestro entorno, tanto, que dentro de nada hasta la ropa vendrá con cierre centralizado y navegador. No estoy seguro de poder decir que esto no sucede ya.
Para inspirar en los niños, y no tan niños, el interés por ese cosmos de la electrónica, hace un par de años (2009), un conjunto de académicos de Cambridge constituyeron Raspberry Pi Foundation, una organización sin ánimo de lucro que pretende revertir esa dinámica. Eben Upton, miembro del proyecto, dice: Nuestra hipótesis es que los ordenadores de los 80 eran más básicos y abiertos, cualquiera podía experimentar con ellos y programar. En los últimos 20 años equipos cerrados, no programables, como consolas, móviles o tabletas, han sustituido ese ecosistema. Con Raspberry Pi queremos recuperar esa sensación de experimentar, de programar, y llevarla a la escuela.
Y para ello, han desarrollado Raspberry Pi, un ordenador “transparente” de dimensiones extremadamente reducidas, pero con un potencial sugerente, apto para que trasteemos con él, tanto a nivel interno [programación] como externo [periféricos], y recuperar así ese espíritu experimental, casi artesanal, de la informática, como un niño frente a un Mecano. Este miniordenador con las tripas al aire, del tamaño de un barquillo, y cuyo precio es de 35 dólares (unos 26 €), incorpora:
- Procesador ARM 11 con potencia similar a un Pentium 2 a 300MHz [pero con rendimiento gráfico superior incluso al de un iPhone 4S].
- 512 MB de memoria RAM
- 2 puertos USB y uno ethernet [si no estás lo suficientemente cerca del router, para la conexión WiFi se precisará de un “pincho” USB].
- Salida de vídeo y audio en alta definición o HDMI.
- Puerto micro USB para toma de corriente [como un cargador USB de móvil].
- Salida estándar de audio (minijack) y vídeo (conector RCA).
- Tarjeta de memoria SD [que almacenará el Sistema Operativo, el cual deberemos elegir nosotros, teniendo en cuenta que la placa sólo trabaja con software libre, y pudiendo descargar algunos de la propia página del proyecto.
Con respecto a los usos y posibilidades de esta placa de desarrollo, al amparo de la predisposición y “lo manitas” de cada uno, se apunta su uso como Media Center con que reproducir en una pantalla vídeos o contenido en línea; programar juegos y ejecutarlos (por ejemplo el juego Minecraft ya ha sido llevado a la placa); manejo de robots, automatización remota de tareas…
Para quienes quieran profundizar, dejo aquí enlace a la página en español de la comunidad Raspberry Pi, así como enlace a la fuente del artículo, sumamente completa y didáctica.