Me asalta la estúpida pregunta de si es posible pensar Google en blanco y negro. Me refiero a si es posible articular esa palabra sin que la cromática del logo ilumine nuestros axones. A veces imagino que, incluso en los países de habla inglesa, la palabra apple proyecta antes en la imaginación de los sujetos la línea estética de los ordenadores que la superficie curva de la fruta.
El opio del pueblo va por barrios. En algunos foros puede leerse que no está ya en el fútbol y su distensión eufórica, en esa recuperación semanal de la infancia que dice Marías. La tecnología y el gadget copan ahora la sacristía del pueblo. El éxtasis religioso, aparentemente certificado por la neurología y las resonancias magnéticas, es análogo al furor que los productos y la marca Apple provocan en algunos de sus usuarios. Contemplar una Piedad en estampita ilumina las mismas áreas del cerebro que observar el último Ipad. Los stands con nuevos terminales y artilugios nimban la existencia del individuo que pulula extático entre tecnología punta con peanas. Si las viejas catedrales se cansaron de ser ruinas del fracaso de dios, los nuevos edificios y eventos promocionales de empresas como Apple toman el testigo. Eso parece indicarse en el documental Secrets of the Superbrands, de la BBC. También Machead, documental sobre la comunidad fan de Macintosh, ilustra estas formas de gregarismo 2.0.
Incluso, para los más suspicaces, parece ser que en la patente de una pantalla táctil de un iMac, los desarrolladores utilizaron en su diseño esa mano que aparece en el fresco de la Capilla Sixtina, La creación de Adán, pintado por Miguel Ángel. Esa mano del hombre recién creado que une su índice al índice de dios. Pero no llegan a tocarse, encerrados en la paradoja de Zenón.
Ese abismo minúsculo, esa grieta, es la visión trascendente del mundo, la válvula de escape. El no-lugar de la Nube, su ubicuidad simultánea. El grosor de la pantalla de grafeno que viene. La tecnología ya tan avanzada [tercera ley de Clark] indistinguible de la magia.