Porque quiero que te quedes a leer esto aunque no tengas ni zorra de cómo llegaste a este post, ni te inspire mucho el título, te diré que esto va de un tipo que puede oír los colores. Sí, como suena, valga la redundancia. No puede verlos, sin embargo. Y no es humo lo que te cuento. Hay un pequeño documental y todo.
Allá por 1984, Donna Haraway publicaba su Manifiesto for cyborgs, un texto que, al calor del futurible desarrollo de organismos cibernéticos –mitad hombre/mitad máquina–, trataba de trascender desde la tecnología los problemas de género: la figura de los cyborgs le era útil a Haraway para hacer pensables situaciones sociales que aún no son reales, pero que critican nuestra imagen naturalista del mundo, es decir, que, por ejemplo, señalan que el sexo tiene que dejar de ser un criterio de diferenciación entre hombre y mujer [1]. A la reivindicación feminista de “La Diosa” como construcción simbólica que sostenga e ilustre el estatus de sujeto político, relevante, de la mujer en la sociedad y la cultura (a semejanza del Dios-Hombre), Haraway lanzaba: prefiero ser cíborg que diosa. Veía Haraway la abolición del binarismo genérico dios/diosa en esa “identidad más allá, posmoderna”, del cíborg.
Neil Harbisson es un catalán nacido en Londres que lleva implantado un tercer ojo de naturaleza electrónica, una especie de antena en comba desde la nuca que le sobrevuela la frente, y que es parte misma de su pasaporte. Harbisson, que venía al mundo poco más o menos cuando aparecía el susodicho manifiesto, es ahora el primer cíborg oficial, reconocido como tal por un gobierno. Nacido con acromatopsia, que viene a ser que veía en blanco y negro, ese implante le permite recuperar los colores. No los ve, los escucha, dado que el chip incrustado que lleva transforma las frecuencias de luz de los colores en notas musicales. Pura sinestesia: percepción de una sensación a través de un sentido que no le corresponde: silencio verde. Neil Harbisson, a tenor de su experiencia, ha creado asimismo la Fundación Cyborg, sita en Mataró, un centro que asesora en torno a estos aspectos y reivindica el “ciborguismo”, estimular la extensión de los sentidos humanos mediante la incorporación de cibernética en el cuerpo.
Ahora, el microdocumental Cyborg Fundation, del director Rafael Durán, basado en la experiencia de Neil harbisson, y uno de los cinco ganadores del Focus Forward Short Films, Big Ideas del Sundance Film Festival, nos ofrece en apenas tres minutos un paseo por esa nueva realidad sensitiva implementada desde la biotecnología, soñada ya cuando menos por el surrealismo: organizar la comida (colores) en el plato para que suene bien lo que se engulle, o pintar tu canción favorita.
Si los sentidos son algo así como las líneas de código que argamasan la Realidad, más allá del déficit –y la consiguiente subsanación de alguno de ellos para “restaurar la precepción normal”–, su transposición, potenciación o modulación abre enormes posibilidades que hacen la realidad más compleja si cabe, y da uno en pensar en aquel fantástico título de Cortázar: La vuelta al día en 80 mundos. |||Fuente.
Para quien quiera, el fantástico semblante que de Neil Harbisson hizo Juan José Millás.
[1] Butin, Hubertus (Editor), Diccionario de Conceptos de Arte Contemporáneo., Abada Editores, Madrid, 2009, p. 106.
[2] Butin, Hubertus (Editor), Diccionario de Conceptos de Arte Contemporáneo., Abada Editores, Madrid, 2009, p. 106.