El futurismo de las discapacidades [y la guerra]

Una forma de optimismo podría ser ver que las discapacidades nos empujan a hablar con el futuro. Hombres sordos, tullidos, ciegos son la razón de ser no sólo de nuevos lenguajes, sino también de poderosa tecnología que subsana las necesidades derivadas de esa habilidad empobrecida.

Como la propia ingeniería que inspiran, son dilatadores [involuntarios] de nuestras posibilidades perceptivas [y, en síntesis, evolutivas]. El purismo espartano parece entonces un suicidio en términos de técnica, además de un acto salvaje. Pero también los juegos de guerra que ensordecen, tullen y ciegan a los hombres son una incubadora para ese futurismo que ya nos hincha los bolsillos y es, cada vez más, de andar por casa. No somos, en el fondo, tan poco espartanos.

El futurismo de las discapacidades [y la guerra]

El primer ciborg reconocido como tal, con pasaporte, es un muchacho británico que nació incapaz de diferenciar colores más allá del blanco y negro. Un apéndice electrónico colocado en la cabeza a modo de tercer ojo ejerce de médium y muta los colores en sonidos, por aquello de las frecuencias, pintando las cosas que le rodean. La sinestesia del amarillo chillón cifrada en la tecnología. Karma letárgico del hombre las máquinas, tentáculos emocionales.

O ese nuevo tipo de televisión -ya proyectada hace años en la literatura de la gran pantalla-, Gaze Tv, presentada recientemente en la feria de productos electrónicos de Berlín IFA, una televisión que daría un paso más allá del control por voz o por gestos, destronando al clásico cetro del mando a distancia mediante la interacción a partir del movimiento de los ojos, una tecnología de lectura desarrollada por una empresa orientada a la adecuación de ordenadores y computadoras para gente discapacitada.

Robots blandos inspirados en organismos suaves como el pulpo o el calamar que profundizan en las posibilidades cromáticas y miméticas, silicona útil en los desastres, rastreadores autómatas fosforescentes. Cortacéspedes inteligentes que convertirán los jardines públicos en secuencias de Futurama. Jauría del porvenir en tromba atestando escaparates, noticias, imaginarios.

 

 

Como aquel imán de Macondo, de entre todo, no puedo sacarme de la cabeza ese montón de metal con cables corriendo sobre la cinta trasportadora, el simulacro de un guepardo, un esqueleto de diseño acéfalo carente todavía de la elegancia estética del animal, pero poderosamente animado -de ánima– en su carrera; una carrera que remonta ligamentos y tendones en la imaginación humana, el movimiento de la máquina inspirando un músculo desasosegante. Carne de cañón para los campos de batalla, logística de soldados, Cheetah, fidelidad animal 3.0. Todo por obra y gracia del Pentágono, denodado filántropo del mundo moderno.

 

 

La agricultura, la caza y la ganadería serían otros de los usos posibles de este lindo gatito. Usos civiles llaman a estos últimos, construyendo civil como contrario de militar, donde civil resulta a seglar lo que militar a clausura. No sé si me explico: más cívicos, menos civiles. Civiles todos.

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