Hace un par de días, un artículo sobre autoedición y libro electrónico comentaba que lo que mejor funciona en ese ámbito es eso que dan en llamar literatura de género, referido normalmente a la novela: negra, erótica, gótica, fantástica, de ciencia-ficción, etc; esa malquerida subespecie de parientes-satélite de los grandes relatos.
Poquito a poco el pelo de la dehesa desaparece –no hay peor prejuicio que imaginar que podemos razonar sin prejuicios– y se construyen, y se reconocen construidos, grandes relatos sobre vetas así. Sobre algunos de esos marbetes sobrevuela también el imaginario común del best seller. Es por esto último quizás que un par de breves notas de prensa que informaban sobre la incorporación de descarga de libros electrónicos en Google Play, la tienda del buscador para aplicaciones de dispositivos móviles, comenzaban glosando los nombres de Matilde Asensi, Julia Navarro o Carlos Ruiz Zafón.
100.000 títulos que se podrán leer en iPhones, iPads, tabletas y smartphones Android. Pareciera que el tan comentado cambio de paradigma hacia el móvil tratara de hacer de éste último el nuevo Aleph, la gatera donde sucede todo siempre. Personalmente, los dispositivos electrónicos los suelo utilizar más para “literatura de consulta” –por llamarlo de algún modo–, manuales, diccionarios o cosas parecidas. Aunque bien pensado, toda literatura, sobre todo la mejor literatura, es literatura de consulta. “De consulta”, al fin y al cabo, indica que es algo a lo que se va a menudo, a lo que se vuelve, a lo que se recurre; connota una lectura iterativa.
Más allá del soporte, hace tiempo anoté una frase: es contradictorio que personas que llevan un móvil tribanda en el bolsillo y se comunican por correo electrónico lean novelas con tecnología del siglo XIX como si tratasen de echar gasolina a un carro de heno. El futuro trajo cosas sencillas, volcar hojas de hierba en el teléfono y circunvalar América esperando el Apocalipsis.
Hace como cien años, un extraño pianista francés envidiaba el fetiche que constituían los libros; posteriormente, los vinilos engendraron un tótem parecido para los melómanos. Gira el mundo […] y un revolver en la mesa.
Los escritores músicos no tienen, como los escritores de letras, las mismas ventajas en lo que a la publicación de sus obras se refiere.
Sí. La edición literaria es más brillante, más lógica, más “de verdad” que su vecina, la edición musical.
La obra literaria está mejor presentada; a lo que siguen una serie de atractivos que le dan una fisonomía; su valor, las más de las veces, tiene tendencia al aumento, a la plusvalía, a lo “raro”.
En una palabra, el libro es un objeto “real” –una especie de joya, una forma de obra de arte–. Es completo.
Erik Satie,
Memorias de un amnésico y otros escritos.