Hijos bastardos de la ficción: Al calor de las series I

Ya no necesito drogas, tíos… Los niños son como el fuego. Llego a casa y me voy donde ella, jugamos un rato, y luego me quedo mirándola hacer. Puedes pasarte horas. Es hipnótico. Observar a la niña engancha, Adriana es más adictiva que las series. Mira que ya van por el cuarto capítulo de la última de ‘Juego de Tronos’ y ni me había puesto; de hecho, si no es por lo del hackeo a HBO y esas hostias, ni me entero…  Nos confía un colega, entusiasmado, casi a modo de disculpa porque no podamos seguir hablando de Juego de Tronos para no reventarle la nueva temporada. Ay, los padres primerizos y las sobremesas. 

A la espera de tiempos mejores para la crianza (por pereza, egoísmo o filantropía), los que no tienen niños -y aun los que tienen- aprovechan el verano para apurar alguna serie, ponerse al día y tener algo de qué hablar denostando o encumbrando la penúltima obra maestra. Eso registran los suplementos dominicales en sus infografías de verano; algunos, escépticos y salmones, sospechan más bien que el mercado, con tanta obra maestra, está amaestrado; ni arte ni maestranza, dicen ya hasta los cuernos.

Gota aquí, gota allá, o temporada en vena –porque parece una contrarreloj esto de estar al día entre tanto estreno y tanto SPOILER (o destripamiento [de la historia], que traducirá el buen castizo–, quien más quien menos todos caemos en la seducción de la ficción serializada: Khaleesi, Mr. Robot, Toni Soprano, Laura Palmer. Salvo grandes relatos fundacionales, rollo mitología y religiones, da la sensación de que nunca se han consumido conjuntamente tantas vidas imaginadas como las que hoy se difunden al amparo de las tecnologías digitales y plataformas como Netflix. Si de contar historias se trata, joder, tenéis que ver American Gods: acojonante, comenta alguien en la sobremesa aceptando las disculpas del de el niño y alejando la charla de Juego de Tronos. La pantalla es una hoguera. Y un altar. Un padre mirando a su hijo también es un yonqui, y ahí andamos, añade guasón el primerizo, visiblemente relajado y satisfecho con la deriva de la conversación.

Al calor de las pantallas se dilatan las mejillas del espectador y uno abre los ojos en frontera, introspectivamente. Alguien mira a un niño y se inquiere, ronronea, obnubilado frente al fuego.

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