Cuando despuntaba el nuevo milenio, año 2000, mientras el ser y la nada se balanceaban entre la ingravidez de las puntocom y el apocalipsis electrónico, ese mileniarismo que auguraba errores tecnológicos en cadena tan pronto como el impulso eléctrico de la nuevas cifras llegase a las máquinas, un grupo de emprendedores, entre los que se contaban el ucraniano Max Levchin y el norteamericano Peter Thiel, crearon PayPal, el conocido sistema de pagos online que unos años después, y por valor de 1.140 millones de euros, adquiriría eBay, la Christie´s del low cost.
Cinco años más tarde, tres ex empleados de PayPal [Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim] dieron a luz al portal de videos online YouTube, creando así otro almacén del nuevo siglo, la videoteca descomunal donde lo indie y lo mainstream atraviesan por igual al usuario, y pueden verse las fantásticas Piezas para una exposición de Chris Marker o las últimas disculpas oficiales del Rey. Google pagó por ese Frankestein 1.250 millones de euros.
Son varios los ejemplos que se podrían glosar para hacer visible esa idea del pastel que parece Internet [y su enlace con las TIC], desde el ya cinematográfico Facebook hasta el evangelismo de Apple, pasando por Skype o Twitter. Un compañero con el que conviví un tiempo, y vinculado a la informática, solía decirme a menudo: lo que vemos y nos llega de Internet, que si esta aplicación, que si aquella red, es la punta de un iceberg, esquirlas de hueso de dinosaurio; hay una tajada tremenda ahí, Internet compite con el fuego en trascendencia.
Hace unas semanas, otra bomba de hidrógeno alineaba el símbolo del dólar en las pupilas del ciberespacio, Instagram. Esta aplicación para móviles con nombre de medicamento, ideada por dos jóvenes de 28 y 25 años, Kevin Systrom y Mike Krieger, era comprada por el también joven Zuckerberg, léase Facebook, por 1.000 millones de dólares. Instagram, que salió al mercado para iPhone en octubre de 2010 desde el App Store de Apple y que en cinco meses llegó a los 1,7 millones de usuarios, una herramienta que permite la captura y manipulación de imágenes de forma simple a través de filtros y su inmediata transmisión online, habilitada para Android recientemente, es el último mirlo blanco del hazlo tú mismo, del wayoflife.net.
Según se cuenta de la intrahistoria, Zuckerberg ya había contactado previamente dos veces con Systrom: la primera vez para que se uniera a Facebook con un proyecto anterior a Instagram, llamado Photobox; la siguiente para hacer una oferta de compra por Instagram. Pero ambas veces fueron desestimadas las propuestas. El auge de usuarios de Instagram funcionaba como una escalera de color exponencial para Systrom. En la tercera mano, y cuando se negociaba una segunda ronda de financiación que valoraría esa empresa en 500 millones de dólares, Zuckerberg hizo una oferta que no podría rechazar. La idea de los mil millones de dólares, el sueño americano.
Dicen los que parecen saber que la compra responde a la inminente salida a Bolsa de Facebook, y a la evidente estrategia de frenar y controlar la potencial competencia de compañías como Instagram, Twitter o Pintrest. Martín Cabiedes, veterano inversor español en Internet, así lo manifiesta, a la vez que asegura que el precio de la compra es excesivo, aunque no para Facebook, apostilla, que puede permitírselo.
Chillida había escrito en sus apuntes: aspiro a poner valor, el precio lo ponen otros. Aquí escrito, ahora, me lo imagino como eslogan deportivo, como leyenda de Messi en un anuncio de Adidas. Uno no sabe dónde acaba el jugador y dónde empieza la prenda, es cierto. Ahora que los clubes en España tienen una deuda importante con Hacienda, la clase de tropa se quema recordando fichajes. Así se hizo esa burbuja, clonazepán y circo. Una forma de hacer burbuja es hacer que algo cueste más de lo que vale, inflar el precio.
Sin embargo, quizá tenga razón Cabiedes cuando dice que le cabrea ese discurso de la burbuja de Internet, no lo sé. Quizá cierto escepticismo tosco sea incapaz de ver las “realidades empresariales” -o quizás sea la envidia- en la materia intangible de los bits. Quizás la construcción de la virtualidad sea un negocio que mucha gente no entiende, aunque consume [todo cada vez es más así], y de ahí la superstición y el miedo, cierta desconfianza.
Sea como fuere, resulta evidente que Internet parece ser el fierabrás del siglo XXI, uno de los sectores con más crecimiento, el Dorado. Pero no hay que olvidar que el peligro de las fiebres es la puntería de las pesadillas, y ahora compran oro en cada esquina. Se habla de la obsolescencia programada, de la opacidad tecnológica, y cada vez es más complicado saber cuándo te venden humo. Cabiedes, destacando su crecimiento en el yermo de la Crisis Rampante, dijo: [Internet] es una flor en un bosque en llamas. Compite con el fuego.