Lo secundario a menudo seduce, y el artículo cerraba con la noticia de que, a partir de ahora, estaba permitido el uso del pañuelo en la cabeza entre los jugadores de fútbol. Parece ser que por culpa de esa prohibición que no estaba aún prohibida, el equipo femenino de Irán no pudo clasificarse para los juegos olímpicos que están al caer, JJ.OO. Londres 2012.
El caso es que el fútbol, “el único deporte que tiene las mismas normas se juegue en el patio de un colegio o en un estadio ante 100.000 espectadores”, en palabras de Amaya Iríbar, dejará de ser eso e incorporará el uso de la tecnología para determinar la legalidad de los goles, según la decisión del IFAB, International Football Association Board, organismo encargado de sancionar las reglas del fútbol. Este paso tecnológico será a través del uso del sistema de video tridimensional popularmente llamado “ojo de halcón”, común en las competiciones de tenis, y del conocido como “chip inteligente” o GoalRef, que a partir de un campo magnético de baja frecuencia generado en torno a la línea de gol, la incorporación de un dispositivo electrónico en la pelota, y a razón de las perturbaciones de ese campo por la presencia del balón, permitirá determinar con precisión qué es gol y qué no lo es, enviando una señal al árbitro que, después de todo, tendrá la última decisión.
Resultaba paradójico. Mientras que en la mayoría de los ámbitos del mundo contemporáneo la tecnología diezma la mano de obra humana y calibra una “precisión o eficiencia áurea”, el fútbol se venía defendiendo con un vade retro de todo aquello que oliera a tecnológico, y donde podía funcionar un dispositivo electromagnético o un sistema de representación visual en 3D que certificara con presunta asepsis matemática la entrada, o no, del balón en la portería, este deporte optaba por la literalidad del refranero y, dado que cuatro ojos ven más que dos -seis incluso mejor, ¿o por qué no todo el estadio?)-, se mantenían unos puestos de trabajo (árbitro principal y los líneas), al mismo tiempo que se creaban otros nuevos reforzando la objetividad, como por ejemplo los jueces de portería.
Bueno, no es que el fútbol huyera de la tecnología por la tecnología, como un renegado, pues la retransmisión audiovisual y cada vez en más alta definición es la gallina de los huevos de oro de algunos clubes. Pero eso es demagogia quizá. Contra lo que realmente se rebelaban la FIFA y su polluelo europeo, la UEFA, era contra el uso de una tecnología de injerencia, intervencionista, que hacía degenerar (era alguno de sus argumentos) la esencia de ese deporte alterando sus reglas. Acaloran estos debates.
Joseph Blatter, presidente de la FIFA, decía en 2002, año del Mundial de Corea y Japón: “Debemos vivir con los errores de todos, técnicos, jugadores, directivos y árbitros […] Si el fútbol fuera algo científico se acabarían las discusiones, las emociones”. La “imprecisión objetiva humana” frente al calibre milimétrico de las máquinas. Y la apelación a los instintos elementales, la emoción (el interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo), como piedra roseta, fomentando la superstición del miedo a perder una esencia, dicen, inquebrantable. Pero la evolución es esencia a lo largo del tiempo. A veces la retórica es tan simple. En cierta medida, y por mucho que a uno pueda gustarle el Cantar del mío Cid, resulta alentador que ese tradicionalismo, ese conservadurismo a ultranza, no sea una tendencia al alza en otros ámbitos más complejos, qué se yo, la medicina. Y lo peligroso de ese pensamiento es su eficacia en lides más trágicas y otros deportes paleolíticos (de interés cultural).